Crónica de un Maratón cercano al cielo

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38 km / + 2.824

El sábado 27 de Agosto me tocó ser testigo de una de las pruebas de trail más duras del circuito nacional: la Travesía Til-til – Lampa. Pero no estuve en la partida. Si estuve en la meta. Fui testigo, pero esta vez desde fuera; como un espectador.

Vivir una carrera desde esta perspectiva entrega emociones iguales, o quizás más fuertes que si se estuviera corriendo. Eran las 13.30 y todavía no llegaba ningún competidor de la travesía. Ya llevaban más de 4 horas y media corriendo por los cerros. El escenario era inmejorable; los ánimos a tope, los cerros verdes, y un día semi-nublado que acompañó mucho a los corredores. Cerca de las 14.00 horas llegaron los dos primeros competidores de la travesía. Pasaron los minutos y no llegaban los siguientes. En ese lapso de minutos decidí ir a esperar corredores a unos 500 metros de la meta. A cada minutos pasaban corredores de los 20K, a los que animaba con aplausos y con un usual “vamos, vamos!”. Los minutos seguían corriendo y los corredores de la travesía comenzaron a llegar a cuenta gotas. Separados por entre 3 a 5 minutos.

Dieron las 15.00 horas y decidí adentrarme en la ruta y ponerme a 1 km de meta. Desde ese momento me acompañó un perro de la zona, que seguía la carrera con la misma atención que yo, y por un momento hizo lo suyo cuando apareció un corredor con su amigo perruno corriendo a su lado. El lugar elegido fue una roca, protegida por unos matorrales, que dejaban ver toda la última bajada que enfrentaban los corredores. Se podía divisar, además, toda la ciudad de Lampa. La hierba estaba de un color verde muy intenso, que contrastaba con el verde oscuro de los árboles y arbustos, y con el café de la tierra.

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A lo lejos se veían puntitos bajando por el cerro, que luego se materializaban, poco a poco, en formas humanas. Los veía acercarse y los animaba con aplausos y palabras de aliento. Algunos agradecían el apoyo. Otros sólo pasaban, concentrados en llegar a meta. Pero lo que me sorprendió, fue que tres corredores agradecieron mucho el apoyo que les estaba dando, a pesar de ser alguien desconocido. Esa retroalimentación de buenos deseos y palabras fue algo que me llegó mucho, algo que nunca había experimentado, y que me hizo sentir lo duro de la carrera, sin haberla corrido. A través de sus palabras, sus gestos y su emoción, me traspasaron toda su experiencia de carrera y me animaron a escribir estas líneas. Uno de ellos incluso se paró donde yo estaba y hasta conversamos. Le dije que quedaba poco para meta y que por haberme roto dos dedos del pie no pude hacer la travesía, a lo que me respondió: “no corras nunca esta carrera, es lo más duro que he corrido en mi vida; he hecho 80K, pero esto, es una locura, una carrera durísima”. Comió una naranja y siguió camino hacia la meta. Sus palabras me quedaron rondando todo el día. Otro corredor me dijo al pasar: “no te imaginai amigo, me ha pasado de todo allá arriba, de todo”. Uno a uno seguían pasando corredores, con diversas dolencias, cojeando, exhaustos, fatigados, sólo esperando ver la llegada, cruzar y la meta y desvanecerse en la hierba.

Cerca ya de las 7 horas de carrera, apareció mi amigo. Venía a buen ritmo bajando, con las zapatillas rotas y embarradas, la cara sudada y casi todo el cuerpo con tierra. Lo saludé e hice como una especie de “pacer” en el último kilómetro. Se veía bien, dentro del duro esfuerzo realizado. Después de que cruzara la meta lo abracé y se fundió en el pasto. Luego vino el relato de algo que todavía no terminaba, porque el cuerpo todavía estaba pagando el esfuerzo de tamaña travesía. De sus palabras uno se podía imaginar el escenario. Un cerro tras otro. Bajadas, luego subidas, luego bajadas, luego más subidas. Y más encima se perdió en un tramo, lo que elevó a 41km su carrera. Tan sólo ansiaba ver la meta y darles respiro a los maltratados músculos de las piernas. En un momento nos dijo “cabros entrenen caleta, entrenen duro, porque la montaña no perdona”. Así culminaba un esfuerzo de varias horas. Para cuando nos fuimos, seguían llegando corredores a meta.

Una sola conclusión se puede sacar de esta experiencia. Las carreras de montaña son muchísimo más duras que las carreras por calle. Acá no sólo hay que tener en cuenta el kilometraje, sino que el desnivel tanto positivo como negativo. Claro, los 38 kilómetros se veían a simple vista algo no tan duro, sobre todo para quienes corren maratones regularmente, pero el desnivel es lo que hace la diferencia. Y no sólo las subidas, sino que las bajadas, que exigen mucho a las piernas y donde se genera el mayor impacto para las articulaciones. El único consejo y recomendación es entrenar y prepararse, y no hay mejor escenario que los cerros y montañas.