Hace mucho tiempo que tenía ganas de ponerme a prueba en una carrera de montaña y el pasado domingo, gracias a la invitación de nuestros amigos de Nimbus Outdoor, finalmente pude hacerlo en los 25K del Pucón Trail Run 2019.
“Cuidado con lo que deseas porque se te puede conceder”. Es lo primero que se me viene a la cabeza cuando pienso en la monumental experiencia del domingo; tanto que deseé poder correr en montaña y jamás pensé lo durísimo que podía llegar a ser. Tanto así que recién hoy viernes, después de 5 días de haber corrido, desperté con los cuádriceps más aliviados y pude volver a entrenar con semi-normalidad.
Probablemente el difícil y técnico recorrido que propone el Pucón Trail no haya sido la mejor alternativa para que un entusiasta e ingenuo maratonista como yo probara suerte en una carrera de montaña, sin embargo fue una maravillosa experiencia y ya estoy pensando en prepararme mejor para volver a correr el próximo año.
Todo comenzó a las 10 de la mañana en el centro de ski del volcán Villarrica, ubicado a 17 Km del centro de Pucón dentro del Parque Nacional Villarrica, con la carrera de 2K para los niños, la que corrimos con mi esposa Isabel junto a nuestros dos hijos; Santiago y Rafael. Un corto circuito destinado a motivar a los niños a iniciarse en este maravilloso deporte y que, sorpresivamente, no era para nada fácil dado lo complejo de un terreno lleno de piedras volcánicas y tierra suelta. Los niños lo disfrutaron a concho, sobre todo en la largada y la llegada donde todos los corredores presentes apoyaron con mucha alegría a los pequeños. Luego de esperar la llegada del último mini corredor (bien por eso Nimbus Outdoor) llegó el momento de la largada de los 25K y el comienzo de 4 horas de sumo esfuerzo.
El circuito comienza inmediatamente difícil, con un gran ascenso de 480 metros en solo 3 km de casi pura tierra suelta y arena volcánica con impresionantes pendientes (al menos para mi) de hasta 41%, desde los 1430 msnm a los que se encuentra la largada hasta la cota más alta del recorrido a 1910 msnm, donde nos encontramos por primera y única vez con nieve. Este tramo lo hacemos en fila india y caminando (dado que es casi imposible correr con pendientes tan pronunciadas) y sorprendentemente no me resulta tan difícil, solo largo y agotador, y logro adelantar a muchísimos corredores manteniendo un paso corto y rápido. Finalmente llegamos a la nieve y logro descansar las piernas en un pequeño tramo más plano, aprovecho de ponerme algo de nieve en los cuádriceps por precaución, rápidamente se acaba el camino y comienza el brutal descenso.
“Las bajadas son las que dejan”, decía un compañero de trabajo en una época que me tocó subir muchos cerros en camioneta 4×4, haciendo alusión a que lo más riesgoso y complejo no es subir sino que bajar, y la frase se aplica perfectamente a las carreras de montaña. Los mismos 480 metros que subimos en 3K ahora los bajamos en la mitad de esa distancia, lanzándonos casi de cabeza en un terreno que es casi pura tierra y piedras sueltas. Acá es donde por primera vez siento que me hace falta conocer la técnica y me arrepiento de usar zapatillas de carrera urbana, ya que en el afán de no acelerar demasiado y resbalarme tiendo a frenar la carrera usando casi exclusivamente mis cuádriceps, y rápidamente los comienzo a sentir agotados lo que obviamente tendrá consecuencias más adelante. Finalmente logro llegar sano y salvo al final de la bajada e intento trotar algo por un tramo más plano pero súper escarpado que nos lleva de vuelta a la zona de largada donde se encuentra el primer puesto de abastecimiento (PAS).
Me hidrato, como algo, saludo a mis niños y a mi esposa y le advierto que esto se viene muy difícil por lo que la espera será larga. Miro el reloj y parece increíble que recién llevemos 9K; ya ha pasado 1 hora y media de carrera y parece toda una eternidad. Vuelvo al circuito y comenzamos un largo descenso de casi 8K que nos lleva desde la árida y soleada zona del centro de ski hasta la humedad del sombrío bosque sureño. Un tramo que en mi plan mental se veía ideal para acelerar un poco y compensar el ritmo perdido en el ascenso, algo que tendría mucho sentido en una carrera urbana, pero que no puede estar más lejos de la realidad ya que mis cuádriceps quedaron muy agotados con el rapidísimo descenso, lo que se suma al dolor que siento en la punta de mis dedos del pie debido a mis livianas zapatillas y cada vez me cuesta más mantener un ritmo de carrera cercano a los 6 min/km.
Llego al segundo PAS, ubicado en el kilometro 13, y mis cuádriceps ya están completamente fundidos por el constante descenso. Me hidrato, como algo (bendito dulce de membrillo que tenían), relleno mi botella con agua y gatorade, me siento un rato en el suelo a sacarme las piedras y arena que tengo en las zapatillas y me pongo de pie para volver a la carrera. Es en ese momento que siento por primera vez un tirón en el cuádriceps derecho y me preparo mentalmente para aguantar los calambres que se vienen, algo a lo que ya estoy acostumbrado en los últimos kilómetros de las maratones y que jamás he logrado resolver pero que en este caso termina siendo una experiencia favorable que me ayudará a terminar la carrera dignamente.
2 kilómetros más de descenso y llego a la cota más baja del circuito (712 msnm), la temperatura ha bajado considerablemente y el bosque es mucho más denso y húmedo, el aire se siente fresco y lleno de los aromas del sur de Chile. Me detengo por un momento a disfrutar de todas esas sensaciones y los recuerdos de mi infancia y los cientos de campamentos con mi grupo Scout me llenan de energía, los dolores de mis cuádriceps pasan a un segundo plano y comienzo a recorrer el interminable ascenso final.
10 kilómetros de pura subida, desde los 712 hasta los 1430 msnm, pasando por interminables y silenciosos bosques. Me encuentro casi solo, separado del grupo más rápido y también del grupo más lento, solo me cruzo con 5 o 6 corredores en más de una hora de trayecto, alternando constantemente entre caminata rápida y trote y luchando de vez en cuando contra duros calambres. Y aunque parezca extraño es la parte que más disfruto de toda la carrera; la soledad, la frescura del aire, el bosque, ahora entiendo la magia de las carreras de montaña y a la vez también entiendo la magia de las ruidosas y rápidas carreras urbanas. Ambos son mundos que disfruto a concho.
Finalmente salgo del frondoso y mágico bosque, de vuelta al camino hacia el centro de Ski, paso por el último PAS en el kilometro 23.5 (maravillosa la sandía), solo quedan sufridos 2.5K y la pega está hecha. Logro correr los últimos metros hacia la meta con los cuádriceps hechos polvo pero con una sonrisa en la cara, pasando por la meta en 4 horas y 10 minutos. Nos vemos el próximo año volcán Rucapillán.