Mi experiencia en la Maratón de Atenas 2017

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Jorge Andrés Thibaut, ingeniero comercial y funcionario de Aduanas, nos cuenta la experiencia de su primer 42k en el maratón de Atenas a los 50 años. 

En el año 490 AC se libró una batalla que cambió la historia en muchos aspectos. Los atenienses se enfrentaron al ejército invasor de Persia en las afueras de Maratón. Los registros históricos de la época indican que un hemerodromo (mensajero profesional) fue enviado desde Atenas a Esparta a pedir ayuda, la que fue negada por encontrase en fiestas religiosas. El corredor, de nombre Filípides, regreso a Atenas con la mala noticia, cubriendo casi 250 kilómetros en 48 horas. Los atenienses se enfrentaron a una fuerza desigual, derrotando a los persas. Tras la batalla, el mito indica que Filípides habría corrido otros 40 kilómetros hasta el Ágora de Atenas para avisar del triunfo y evitar que los persas sobrevivientes reembarcados en sus naves tomaran por sorpresa a la Polis. El mensajero, exhausto, habría caído muerto tras exclamar “¡Victoria! ¡Victoria! ¡Hemos ganado!”. Los registros históricos indican que mensaje similar habría sido llevado tras la batalla, pero no por Filípides como tampoco nadie habría muerto de aquel esfuerzo. Sin embargo, el mito había nacido.

Dicha gesta fue celebrada con la creación de una prueba atlética para la instalación de los juegos olímpicos de la era moderna en 1896, con el nombre de Maratón y cubriendo la distancia entre el pueblo del mismo nombre y el Kalimarmaro (o Estadio Panathinaikos), estadio reconstruido entero de mármol blanco, sobre los restos de su predecesor de la Grecia antigua.

Por esos misterios que tiene el destino, hace algunas semanas tuve la fortuna de enfrentar mi primera maratón en su circuito original en el corazón de la antigua Grecia.

Aun cuando la maratón comenzó varios meses y muchos entrenamientos antes, esa jornada comenzó a las 05:30, cuando abordé uno de los muchos buses que nos transportarían desde Atenas hasta el Estadio Municipal de Maratón, al que llegamos cerca de las 07:00. Tras ello, conocer gente, admirar el lugar y calentar.

La partida se realizó en once bloques ordenados por tiempos estimados de término. El primer bloque partió a las 09:00 en punto. Me correspondió partir en el noveno bloque a las 09:24 y aspiraba en primer término a completar el recorrido y si podía, terminarlo en menos de cinco horas.

Desde la partida vi ciudadanos en las calles, alentando el paso de los corredores. Algunos obsequiaban ramas de olivos, que simbolizan la victoria, a los corredores. Tras el kilómetro 4 el recorrido sale de la ruta principal y se dirige al túmulo con los restos de los combatientes de la batalla de Maratón, momento casi mágico en el que al menos yo pude transportarme 2.500 años en el tiempo para imaginar lo vivido en aquella época. Al retomar la ruta principal los siguientes kilómetros fueron similares: mucha gente en las calles, cada ciertos tramos grupos de bailes tradicionales o batucadas, y mientras la ruta transcurrió paralelo al mar, una brisa fresca que hacía el trayecto muy agradable.

Cerca del kilómetro 11 comenzó una subida interesante, similar a aquellas donde había entrenado en el San Cristóbal o en el Cajón del Maipo. La organización tenía buen abastecimiento de agua y energéticas, así como de baños químicos a lo largo del trayecto. Tras pasar por el pueblo de Raffina, la ruta giró hacia el oeste y se alejó del borde costero, subiendo la temperatura ambiente. Luego de la primera bajada, a contar del kilómetro 16 comenzó una subida permanente que terminaría en el kilómetro 31, a las puertas de la capital.

Mientras más avanzábamos en la ruta, tuve la sensación que más gente se asomaba a las calles. La ruta, por cierto, estaba completamente cerrada al tráfico vehicular, por lo que corría muy tranquilo y seguro. En el kilómetro 21 nos esperaba un gel, que acepté de buen grado y considerando que llevaba un buen tiempo de carrera, me sentí optimista del resultado final.

De pronto nos topamos con la estatua del gran Filípides a un costado del camino, ícono de la prueba. Una motivación más para seguir, aunque ya empezaban a aparecer en las aceras, corredores exhaustos o lesionados. También tuve ocasión de admirar a un corredor mayor, de unos 65 años, corriendo descalzo, ataviado a la usanza de los hoplitas, con coraza de cuero, yelmo, escudo y espada, ante quien la única reacción posible fue aplaudir y gritar: “¡BRAVO!”.

El kilómetro 28 fue especial para mí, pues marcaba la mayor distancia corrida en mis entrenamientos, así que pasar de dicho umbral era en sí una victoria sobre mí mismo. Pero el calor ya se notaba, y la subida aún no terminaba. Parte del agua recibida iba a la boca y otra a la espalda. Sólo quería llegar al kilómetro 31 para comenzar la bajada y poder soltar las piernas.

Al llegar a la cima, el camino hace una curva leve hacia la izquierda y la aplicación que uso señaló el ansiado kilómetro 31, y casi al instante percibí el desnivel y tuve la sensación de que tras la brutal subida, el camino restante era pan comido. Nada más errado. Un kilómetro más tarde, las luces comenzaron a apagarse y me sentí desfallecer. Comencé a respirar agitadamente y luego a caminar rápido, tratando de no parar ni desmayar. Sabía que si paraba podría no recuperarme, pero que si continuaba el esfuerzo podía tener peores consecuencias. Busqué tranquilizarme, tomé un gel pausadamente y me eché el agua que me quedaba en la cara. Pocos instantes después me sentí mucho mejor, pero las piernas dolían. Seguí adelante sin mayores problemas, pero a un ritmo mucho menor.

En el kilómetro 35 me sentía agotado, pero sabiendo que sólo quedaba la sexta etapa de 7 kilómetros y que ya estábamos en las afueras de Atenas, pude continuar. Creo que en ese minuto la prueba comenzó a ser más mental que física. Apelé a la música que había preparado en la playlist, al recuerdo de los míos, a la memoria de cuanto pudiera ayudarme y apreté en mis manos una réplica de un antiguo tetradracma adquirido la jornada previa.

La enorme cantidad de gente alrededor del circuito, de todas las edades, apoyando, bailando, cantando, ofreciendo agua, esponjas húmedas o simplemente corriendo unos metros a tu lado gritando “go, go, go” será una de las muchas cosas imborrables de esta experiencia.

En el kilómetro 38 dejé de sentir las piernas. No sentía dolor alguno. Ni malestar. Pero me costaba mantenerme concentrado en el camino. Tras cada kilómetro, caminaba unos cuantos metros. Y recordé el mantra que había preparado para enfocarme en la carrera. Entre los edificios de la capital, resonaba en mi mente “I am one with The Force and The Force is with me (Chirrut Imwe, Rogue One, Star Wars)”.

Escenarios con música, alfombras rojas de tanto en tanto, publicidad de los auspiciadores, las fiestas de los equipos de running y tantos otros detalles que fueron quedando en la retina a lo largo de todo el trayecto y particularmente de los últimos kilómetros. Simplemente, ¡maravilloso!

Al llegar al kilómetro 41 aún no me sentía seguro de llegar a la meta, pero pude ver hacia adelante una de las esquinas del parque tras el que se encuentra el Kalimarmaro, lo que fue un enorme aliciente a continuar. Supe que al llegar a esa esquina iba a girar a la izquierda y podría ver la entrada al estadio a unos cuantos metros y saberlo me ayudó mucho.

 

Al llegar a esa esquina, la aplicación me indicó que había alcanzado el kilómetro 42, enfrenté la recta hacia el estadio y supe que aunque me tomara una hora, iba a llegar a la meta. Un corredor, mucho mayor que yo me adelantó y me dió el impulso que necesitaba: “We did it”, me dijo al pasar. Me ajusté los lentes, bajé la visera del jockey y me “enganché” a él, con la vista pegada en su nuca. La multitud alrededor aplaudía y gritaba dando aliento. La sensación de profunda emoción al entrar al estadio no es comparable con nada que haya vivido previamente.

La recta final fue mágica. Busqué a mi amor al frente, entre las gradas, sin poder encontrarla. Me entregaron mi medalla de finisher, me sacaron una foto oficial y dieron una bolsa con alimentos y bebidas. Más allá agregaron un cobertor de alusa foil para evitar el enfriamiento. La infaltable selfie mascando la medalla, la mirada extraviada en el recuadro del Kalimarmaro lleno de gente, los abrazos y saludos con desconocidos y el emocionante encuentro con mi compañera de vida, ¿Qué mejor?.

Correr una maratón es dos cosas (y muchas más, tal vez) al mismo tiempo: un gran evento colectivo y una experiencia absolutamente personal. Como evento colectivo fue magistral, bien organizado, en un escenario místico, desafiante y tremendamente motivador. Como experiencia personal, han pasado casi tres semanas y sigo sacando lecciones, tanto deportivas como de vida.

A los casi 50 años crucé la meta de mi primera maratón en 4 horas 57 minutos.

En resumen, si alguien quiere hacer algo distinto y bueno con su vida, ¡corra! Si ya corre, ¡¡corra una maratón!! Si ya ha corrido una maratón, ¡¡¡corra la Maratón de Atenas, la auténtica!!! Le aseguro que no se va a arrepentir.

5 Comentarios

  1. Gracias Jorge, por compartir tu experiencia de vida por tema de salud primero y luego por enfrentar desafíos y experiencias, como esta por ejemplo cumplir no sólo un sueño sino demostrarte y demostrar que todo se puede. Felicidades y muchas gracias, sigue cumpliendo sueños y ganándole a la vida. Un abrazo y muchas bendiciones.

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