Es bien sabido que cuando uno comienza en algún deporte quiere alcanzar grandes metas a corto plazo y eso es parte de la motivación y confianza que todos tenemos. Nada más comenzamos a correr y ya queremos apuntarnos en un 10K. Luego vienen los 21K. Y así hasta el Maratón. En el trail running pasa lo mismo, sólo que las distancias a desafiar son más abultadas (50, 80, 160K), y cuentan con la dificultad añadida de altos desniveles. Otro punto a tener en cuenta es que en los cerros estamos expuestos a muchos factores, por lo que aprender de ellos a punta de experiencias es la clave para sobrellevar de buena forma las competencias, y en casos extremos hasta para sobrevivir.
En base a mi experiencia, les recomiendo que vayan subiendo de manera progresiva las distancias y los desniveles. A continuación les dejo mi historia de carreras en el trail running (cabe acotar que llevaba varios años corriendo en calle y practicando ciclismo de ruta, por lo que no partí de cero a correr a los cerros).
El primer desafío en cerro que me había planteado (del año 2016) eran los 36K del desafío Til-Til – Lampa (2.800+). Me encontraba saliendo de una larga lesión, por lo que los entrenamientos no eran de calidad y eran intermitentes. No fueron más de 3 meses en los que me propuse entrenar para esa carrera, lo que era una locura. Así y todo estaba inscrito y los entrenamientos no mejoraban. A dos semanas de la carrera me rompí dos dedos del pie derecho y eso sepultó mis aspiraciones de carrera. Después de ver en las condiciones en las que completó esa carrera un amigo (que estaba mucho mejor entrenado), comprendí que lo mejor que pudo pasar es que no corriera ese día.
El siguiente desafío marcado en el calendario era la Endurance Challengue 50K (2.500+). O así lo era antes de romperme los dos dedos. En mayo de ese año me encontraba lesionado, corriendo una o dos veces por semana y se me cruzó por la cabeza correr los 50K!, sin siquiera haber corrido una distancia menor en cerro. Me dije que había tiempo para prepararme. No fue así, y la rotura de dedos también significó una modificación para este desafío: bajé de distancia para correr los 21K (1.500+). A mediados de agosto me recuperé de las lesiones y pude entrenar kilometraje y desnivel. Salió una buena carrera, la disfruté y no quedé destrozado, por lo que fue una buena distancia para debutar en cerro.
Un mes después se venía Altos de Lircay 28K (1.500+). Ya entrenando mejor y con la experiencia de la primera carrera, lo siguiente eran 28 kilómetros, una subida “leve” pero prudente, considerando que en cerro todo puede pasar. Fue una carrera espectacular en todo sentido. Terminé bien, pero acusé el esfuerzo con agujetas en las piernas, dado que el descenso era largo y rápido.
Casi tres meses después, ya en el año 2017, se venía Futangue 30K (2.200+). Si bien no representa una subida en distancia respecto a la carrera anterior, si lo hace en desnivel. La carrera es durísima. Con mucha subida y mucha bajada. Si bien los paisajes y todo el ambiente es increíble y a pesar de haberme preparado regularmente bien, llegué destrozado a meta; no en cuanto a lesiones, pero si en cuanto a esfuerzo físico y mentalmente, ya que las subidas se hacían interminables.
Ahora ya con esas carreras en el cuerpo, me siento preparado para afrontar los siguientes desafíos que asoman en el horizonte: Desafío Til-Til – Lampa 36K (+2.800) y la Endurance Challengue 50K (2.500+).