Jorge Andrés Thibaut, ingeniero comercial y funcionario de Aduanas, nos cuenta su experiencia en el Maratón de Amsterdam 2019.
En noviembre del 2017 mi hermano Marco se encontraba en Chile y me invitó a correr la Maratón de Ámsterdam, lugar donde se radicó hace más de 26 años. Acordamos correrla juntos en el 2018, sin embargo, el destino quiso otra cosa. Una extraña enfermedad deterioró gravemente su salud y finalmente falleció en marzo pasado a los 53 años de edad. Si bien tuvimos ocasión de despedirnos oportunamente, siempre quedan cosas por decir, deudas por saldar y compromisos por cumplir. Correr esta maratón fue todo eso y más.
Este año el Maratón de Ámsterdam se celebró el pasado domingo 20 de octubre, en su versión número 44, en un circuito que es reconocido internacionalmente por su rapidez. Cruza por el interior del Rijksmuseum, el Vondelpark y recorre largos y hermosos kilómetros por la rivera de Río Amstel.
En la jornada previa llegué a la Expo Maratón a retirar el BIB, la polera oficial, conocer el lugar y adquirir algunos recuerdos. El recinto se encontraba muy cerca del Estadio Olímpico donde tendría lugar la partida y la meta del evento. Aproveché el día también para hacer el trote de soltura necesario y terminar las preparaciones de vestuario, hidratación y alimentación.
La largada de la maratón sería a las 09:30 hrs., lo que me dio tiempo suficiente para desayunar, caminar al Tram (tranvía público), llegar a la estación Amsterdam Zuid y desde allí caminar algunos minutos hasta el Estadio. En el interior cada corredor era dirigido a su respectivo corral; el mío tenía el color verde pues se me pronosticaba una hora de llegada entre las 4 y las 4 horas y media. Cada corral tenía veedores que controlaban el ingreso y contaba además con baños químicos y urinarios. En cada corral había tres equipos de tres pacers cada uno. En mi caso el primer equipo fijaba su meta en 4 horas, el segundo diez minutos más tarde y el tercero a veinte minutos del primero.
Una gran pantalla registraba los detalles del evento y helicópteros de los medios de comunicación recorrían las alturas para realizar su transmisión en directo, al menos hasta la llegada de los atletas de élite en cada categoría de género. Como todo corredor sabe, la ansiedad hace que esos instantes previos pasen rápido y lento al mismo tiempo, por lo que de pronto escuchamos la cuenta regresiva y partió la competencia. Una gran risa salió del corral en que me encontraba cuando poco antes de llegar a la línea de largada, en la pantalla gigante se anunciaba que los punteros ya se encontraban en el kilómetro dos.
Costó tomar un buen ritmo en los primeros kilómetros, pues al salir desde el Estadio nos dirigimos en un grueso pelotón hacia el Rijksmuseum, sector de calles estrechas que obstaculizan el adelantar con soltura. Cruzar por el interior del museo y no impresionarse por la arquitectura y el simbolismo es imposible. Pude ver mucha gente en las calles, aun para ser tan temprano un domingo. La ruta estaba perfectamente demarcada. Y yo, a un par de metros detrás del pacer, buscando forzar la llegada cerca de las cuatro horas, al menos hasta llegar a la mitad del circuito.
Luego del museo, seguimos las calles aledañas para entrar al Vondelpark, un parque maravilloso en el riñón de la ciudad, donde la nublada mañana, una temperatura de 10°C y una suave brisa mostraban una idílica postal otoñal a todos los corredores.
Al salir de la zona más urbana completamos los primeros diez kilómetros en 55’, dentro de lo presupuestado. Me sentía cómodo aunque los cambios de ritmo del pacer me sacaban ocasionalmente del foco. Busqué sostener una buena cadencia apoyándome en una playlist de canciones a 180 bpm, que funcionó muy bien. Al entrar en la zona de la ribera del río Amstel, el paisaje es precioso: en el río muchos deportes de agua, mucha gente apoyando el paso de los corredores, las casa de un estilo muy propio de la zona y los tradicionales molinos de viento asociados a la imagen del país anfitrión.
En el trayecto de regreso por la orilla opuesta alcanzamos la mitad de la distancia, logrando mi mejor tiempo en la Semi: 1h 58’. Me sentía bien físicamente, pero opté por descolgarme del pacer y seguir a mi propio ritmo, guardando energías para los kilómetros finales.
Debo en este punto destacar especialmente la eficiencia y regularidad de los puntos de hidratación. Soberbios. Todo según lo planificado: agua, isotónicos, geles, plátanos, naranjas y por supuesto, esponjas húmedas. Muy bien abastecidos y con gran despliegue de los voluntarios.
Hasta el kilómetro 28 puse sostener un ritmo fuerte sin exigirme tanto, llegando a las 2h 41’, por sobre mis propias expectativas, considerando que en mi anterior expedición, a estas alturas estaba físicamente muy complicado. Pero en este punto se inició la mejor parte y la más personal del evento. Sabiendo que los siete kilómetros siguientes serían complejos, me refugié en los recuerdos junto a mi hermano, logrando una sensación de cercanía, comunión y relajo que transformó esa parte del recorrido en la que más disfruté, tanto del circuito, de la gente, de los otros corredores, como de mis propias evocaciones familiares. No me preocupé en esa etapa del ritmo ni de la distancia. Simplemente la disfruté. Al máximo! Y como a veces ocurre, pasan cosas sorprendentes: entre la gente, un hombre igual a Marco. Tuve que mirarlo un par de veces para descartar que fuera mi sugestión o imaginación. Y un par de kilómetros después, me adelanta un corredor corriendo de espaldas, algo que mi hermano hacía habitualmente cuando quería hacer gala de sus superiores dotes de corredor. Brutal!!!
Al cruzar el kilómetro 35 tomé mi último gel y retomé el foco de la prueba, ya de regreso en la zona urbana. Si bien me sentía cansado, no sentí agotamiento, ni percibí muro alguno. Al llegar al kilómetro 38 pude recoger del puesto de hidratación una botella de agua, la que me acompañó un tanto más. Desde este punto hasta el final, el público sería una gran cadena humana a ambos costados del circuito, vitoreando, aplaudiendo y apoyando a cada paso. Mucho niño, joven y adulto mayor. Mucha alegría!
Cruzar de regreso el Vondelpark a unos 12°C, con músicos por todas partes, con vistas maravillosas y con una sensación que solamente puedo describir como “saudade” personal, es una experiencia que no olvidaré jamás.
Llegué a la marca de los 40 kilómetros en 4h 10’, lo que me permitió suponer que cumpliría con mi segundo objetivo que era bajar de las 4h30’, por lo que busqué la mejor canción de la playlist, apelé a las energías que me quedaban y busqué a mi alrededor aquellas fuerzas misteriosas de la naturaleza que me acompañaron en el trayecto y pude forzar un poco el ritmo final.
De pronto vi que tenía enfrente el acceso al estadio olímpico nuevamente, pero esta vez me esperaba para superar meses de preparación, más de 700 kilómetros recorridos entrenando, una licencia médica, preparación física, kinesioterapia para contener una condromalacia rotuliana y muchos etcéteras. Y entré apretando y disfrutando.
La recta final fue espectacular, jugando al avioncito como cuando éramos niños y cruzando la meta con mi mano apuntando al cielo, para decirle a Marco que al menos esta deuda quedaba saldada, con un tiempo de 4h 24’ 17”, poco más de media hora por debajo de mi mejor registro previo.
Unos metros más allá, la medalla finisher, la foto oficial, la entrega del cobertor, hidratación, frutas y buscar un lugar donde elongar suavemente.
No pude ni quise evitar las lágrimas que acudieron a mis mejillas. No es fácil soltar, dejar partir. Me di mis tiempos y luego me levanté. Caminé hasta la estación de tranvía más cercana, llegué al Hotel, me duché, me puse ropa cómoda y salí rumbo al mejor momento de todo el viaje: una maravillosa cena con mis sobrinos. Porque al final ¿qué es una maratón sino una profunda e intensa experiencia personal, íntima, que te conecta con quien eres, te recuerda de dónde vienes y te propone hacia dónde dirigirte? Desde entonces, de alguna peculiar manera, I amsterdam.