Se escuchaban los bips de los relojes inteligentes, las miradas atentas observaban los minutos que quedaban para partir, el frío parece no petrificar a los miles de corredores que esperamos la largada, para luego escapar lo más lejos posible del catcher car, el auto que va a decidir cuándo cortarnos las alas y detener el cronómetro y la distancia en la carrera Wings for Life World Run, corrida organizada por la fundación Wings for Life, junto con Redbull y la marca deportiva PUMA.
A las 8 en punto, cuando ya empiezo a cuestionarme por qué me levanté a las 6 am de mi cama y decidí venir a correr con apenas 9° de temperatura, mis plegarias son escuchadas y esa gran masa de corredores vestidos de amarillo fluorescente comienza a moverse. Casi por inercia, mi cuerpo también empezó lentamente agarrar el ritmo y en menos de 5 minutos y 24 segundos había completado mi primer kilómetro. Iba como en un trance, pensando hasta dónde iba a llegar, cuál iba a ser el recorrido (no hice todas mis tareas y no averigüé por qué calles íbamos a correr), cómo iba a ser cuando el auto estuviese a escasos metros atrás mío y de los runners que estuvieran conmigo en ese momento, hasta que llegué a la pregunta que yo creo que todos quienes estuvimos esa mañana nos hicimos ¿Por quién corremos? ¿Por quién nos la jugamos? Eso creo es lo más valorable de esta carrera, aparte de entretenida. Corres lo que te da la capacidad y tu única motivación es que no te alcancen. Todo lo recaudado va en beneficio de la investigación de las lesiones de médula espinal, ¿Cómo no dejarse llevar y emocionarse? Ah, y no hay que olvidar que se corre sincronizado a nivel mundial. Sí, la largada es simultánea en 24 ciudades de 23 países diferentes.
Así fue como seguí sumergida en mis pensamientos, a muy buen ritmo al principio, que yo creo se debió en parte al frío que tenía y a que, por primera vez en mucho tiempo, participé sola. Era yo, desafiándome a mí misma, mi rival más duro, nadie me decía que podía más, yo tomaba las decisiones, yo me exigía o me dejaba vencer. Me fui encontrando en el camino con amigos runners, a unos los pasé yo y otros me pasaron a mí, y fue así como casi no me di cuenta y había llegado a las 10 km. La ansiedad de que todo terminara y llegara el momento del encuentro con la meta aumentaba y solo podía concentrarme en la música.
Kilómetros más adelante no existía esa preocupación. Lejos de terminar se encontraba el fondista nacional César Diaz que completó la distancia de 62,6 km, o el ganador de categoría hombres de la versión de este año, el peruano Manuelito Figueroa, quien fue alcanzado al km 67,5. Pero quien fue la última en ser detenida por el auto meta fue la polaca Dominika Stelmach, ¡Corrió 68,2 kilómetros! Llegó hasta Melipilla y se llevó los honores de la versión chilena, terminando además en la posición n°17 a nivel mundial. La persona que más corrió en el mundo fue Aron Anderson, el sueco en silla de ruedas que tras una épica jornada en Dubai se adjudicó el primer lugar mundial con 92,14 km.
¿Y yo? Bueno, no me vieron en las noticias, por lo que no fue mi salto a la fama. Mi destino se definió cuando el catcher car me alcanzó a los 15,7 km y mi odisea llegó a su fin. Me subí en el bus de acercamiento y recibí mi medalla con honores. Corrí por primera vez por lo que no pueden en la Wings for Life World Run y el próximo año volveré por más.
Que bonita experiencia. Felicidades por tu gran logro y a seguir motivandose y motivando a los que están a tu alrededor. Saludos desde Curicó.
Buena nota alejandra, por tus tiempos y distancia creo que corrimos cerca…fe una gran experiencia y tu cronica la resume muy bien.
Saludos
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