TREMENDO DESAFÍO. Así, con mayúscula, es la única forma de intentar describir que se siente correr el circuito de 21 kilómetros de la TPS. Un circuito que representa fielmente el espíritu porteño; de altos y bajos, difícil, intrincado y sufrido. Un circuito que te engaña con unos kilómetros iniciales cómodos y alegres, como para empezar a ilusionarse con un récord personal, pero que poco a poco va mutando hasta convertirse en una carrera completamente diferente, desafiándote desde lo alto de los históricos cerros del puerto, dispuesta a arrebatarte hasta el último gramo de energía.
La carrera es reconocida por sus primeros 1.5 kilómetros, que circulan por el interior de la zona de carga y acopio de contenedores del puerto, entregando vistas impresionantes y únicas de los gigantescos barcos y grúas, además del inesperado cariño y apoyo de los equipos de estibadores que trabajan en la zona. Una vez salimos del puerto avanzamos por la calzada norte de la tradicional Av. Errazuriz hacia el oriente por 2 kilómetros, y luego de una vuelta en U tomamos la calzada sur de la misma avenida, que bordea toda la zona del puerto, y nos dirigimos hacia el poniente sin todavía notar algún cambio importante en la pendiente.
A la altura del kilómetro 8 de la misma avenida, que a esta altura ha comenzado a llamarse Altamirano, nos separamos del circuito de 10 kilómetros, quienes en este punto giran en U y retornan en búsqueda de la meta en Plaza Sotomayor. De ahí en adelante el circuito se torna más solitario, sobre todo considerando que esta es una zona de la costanera de Valparaíso en la que solo hay un par de edificios residenciales. Poco a poco vamos formando una larga fila de corredores, acompañados solo por el sonido rítmico de nuestras propias pisadas, el canto de las gaviotas y el romper de las olas.
La segunda parte del circuito comienza cuando la pendiente favorable se termina abruptamente a la altura de la emblemática playa de Las Torpederas, aproximadamente en el kilometro 10. La Avenida Altamirano a dado paso al Camino Costero y el circuito comienza a enfilar por un sector llamado Subida al Cementerio, que hace alusión al histórico cementerio de Playa Ancha, pero que perfectamente podría referirse a las posibles consecuencias de la larga subida que nos espera por delante. Son casi 2 kilómetros súper engañosos, que parecieran no tener una pendiente tan agresiva, pero que si no se toman con calma y paciencia pueden tener terribles consecuencias en el plan de carrera. Logro seguir mi plan al pie de la letra, subiendo a buen ritmo pero sin ahogarme lo que me permite subir el ritmo apenas damos la vuelta, aprovechando la inercia de la pendiente ahora positiva para recuperar los minutos perdidos en la subida. De vuelta me cruzo primero con mi amiga Poli, que me agradece “alegremente” por invitarla a correr por este amigable circuito y luego con mi amigo Rodolfo, que me sonríe casi como si supiera la gran carrera que estaba por hacer.
Volvemos a recorrer el mismo circuito costero de vuelta, nuevamente con una pendiente casi plana que me ayuda a preparar las piernas para la tercera parte del circuito. Me preparo mentalmente para la que sé que es la parte mas difícil y rápidamente llegamos a la famosa Caleta El Membrillo, donde el circuito invita a enfilar por la Subida Parque, bajo levemente el ritmo y comienzo a subir hacia el Estadio Elías Figueroa Brander (ex Estadio Playa Ancha). Rodeamos el estadio y el circuito comienza a volverse intrincado y mucho más solitario, la constante pendiente en contra y las curvas de las calles de Playa Ancha han logrado que la fila de corredores se rompa y solo queda concentrarse, apretar los dientes y mantener el ritmo. Comienzo a sentir las piernas pesadas y el pecho un poco ahogado, sin embargo logro mantener un buen ritmo hasta llegar nuevamente a una zona más plana; ya estamos en calle Gran Bretaña y solo quedan 4 kilómetros.
En una media maratón tradicional con solo 4 kilómetros por delante ya se siente que la meta está cerca e incluso se puede comenzar a subir el ritmo, sin embargo este es un circuito único y aunque parezca tortura se que aún queda una última pendiente por vencer. Sigo avanzando por Gran Bretaña, parte del famoso “camino cintura” del sector poniente de los cerros porteños, hasta llegar al último gran desafío, la calle Artillería. Una conocida calle del cerro del mismo nombre que termina en una pequeña rotonda, donde comienza el famoso paseo peatonal 21 de Mayo. Bajamos abruptamente los 350 metros de calle Artillería, damos la vuelta a la rotonda y volvemos a subir los mismos 350 metros, a esas alturas de la carrera es realmente matador y si no se enfrenta con mucho cuidado y paciencia literalmente terminas fundido. Una vez de vuelta en calle Gran Bretaña sé que solo quedan 2 kilómetros de bajada hacia Av. Errazuriz y la amada meta. La parte final por calle Argomedo es sorprendentemente abrupta y empinada, más encima con adoquines, sin embargo logro sacarle provecho a la inercia a un ritmo bastante rápido y luego de varias cerradas curvas consigo llegar a Av. Errazuriz. La meta no se ve pero se siente, solo quedan 500 metros y le pido a mis piernas un último esfuerzo.
El corazón hace su magia y logro acelerar al máximo ese último tramo, finalmente la meta se ve al final de la Avenida y la cruzo feliz, con la certeza que esta es solo la primera TPS de muchas.