Quedan solo 5 días para la MDS y ya me dio todo el nervio. Los síntomas son los mismos de siempre, las calles y paisajes que veo durante todo el año de un día para otro solo me recuerdan momentos de la carrera. Más encima, trabajo en Av. Providencia entre Salvador y Baquedano y todos los días me muevo por los tramos finales del recorrido por lo que el nerviosismo solo va en aumento. Me bajo del Transantiago o salgo del Metro y me quedo unos segundos mirando hacia Plaza Italia, la piel de gallina y el corazón palpitando más rápido, los autos y micros desaparecen de la imagen y puedo sentir el ritmo de mis pisadas y el aliento de la gente.
Este año siento que el nerviosismo es mayor del normal, probablemente porque luego de varias maratones entrenando a medias conseguí encontrar la forma de ordenar mis entrenamientos y recuperar la motivación necesaria para no flaquear y empujar mis propios límites un poco más allá. Logré ordenarme para poder correr casi todos los días, incluyendo un buen largo el fin de semana y espero poder conseguir un objetivo que me acecha hace casi 3 años y que no he podido conseguir por falta de tiempo y motivación para entrenar en serio; bajar las 3 horas y 20 minutos.
He tenido muy buenos entrenamientos que me dan confianza y eso me aterra, conozco demasiado bien a la MDS como para ser tan ingenuo y pensar que solo basta con entrenar bien. Sé que tengo que tener la cabeza fría y calcular muy bien mi plan de carrera, sé que soy de partida lenta y que si acelero demasiado al comenzar me puede pasar la cuenta, sé que debo cuidarme de caer en la tentación de acelerar en el larguísimo falso plano de las avenidas Matta y Grecia, sé que debo bajar levemente el ritmo al enfilar por Campos de Deportes, Antonio Varas y luego por Pocuro, y también sé que debo compensar acelerando al bajar por Los Leones y Jose Pedro Alessandri, sé de sobremanera que debo apretar los dientes e intentar mantener el ritmo por la inabarcable e interminable recta de Vespucio, también sé que debo intentar llegar con fuerzas hasta Escriba de Balaguer y tengo absolutamente claro que desde ahí debo agotar todo lo que me quede para aumentar el ritmo y confiar que el corazón reemplazará a los músculos y a la cabeza en algún momento.
Todo esto lo sé, pero también sé que el día de la carrera no tengo todo bajo control y que cualquier cosa puede pasar. Esto es lo lindo de correr Maratones; en algún momento te empiezas a dar cuenta que no son los duros y fríos números del resultado final lo que justifica el calor, el frío, el cansancio, la falta de sueño, las madrugadas, las subidas, las bajadas, los altos y los bajos de todo el proceso previo, sino que es este mismo proceso el que hace que todo valga la pena y tarde o temprano dará sus frutos. Y quiero creer que corriendo con ese entendimiento, con la convicción que lo difícil ya lo conseguí, puedo disfrutar aún más la carrera y, quizás, conseguir cruzar esa bendita y maldita meta con la satisfacción del objetivo cumplido.
Nos vemos el Domingo.